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Tercera Reflexión: ¿De dónde me viene la alegría?

¡Alégrate!

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Estamos a medio camino del Adviento y se nos propone ahora vivir con un talante alegre. Esta es la tercera de las actitudes existenciales a que se nos invita en este tiempo porque esperar al Señor que llega debe ser una espera gozosa.

A pesar de que la realidad que nos rodea sea bastante dramática, a pesar de que el mundo en que vivimos esté lleno de injusticias y desgracias, con el Señor nos llega la salvación y esto nos debe llenar de una profunda alegría y esperanza. No hay razón humana para estar siempre alegres. Que se lo pregunten a los pobres y desgraciados de la tierra. El ánimo que pide hoy el apóstol es de otro género, que conecta con las bienaventuranzas de Jesús, válidas especialmente para los pobres y los que lloran. La alegría a que se nos invita es la que nos viene del “Dios de la Paz”, que nos consagra, del Espíritu del Señor, que nos unge.   

Así pues el anuncio que domina esta semana es el de la alegría. Esta alegría no viene desde luego, de este mundo. El cristiano se goza más en el servicio que en el poder, más en la pobreza que en el bienestar, más en el anonimato que en éxito. No es una alegría que tenga relación directa con el placer o la comodidad o la fortuna.

Tampoco es cuestión de temperamento o de receta psicológica. Mucho menos tiene que ver con las euforias de la embriaguez, del baile muchas veces inmoral, de los regalos. Nuestra alegría es gratuita. Se regala como fruto de la Navidad y la Pascua, es un don de Dios. Es secreta porque no se sabe bien su origen ni se manifiesta ruidosamente. Es profunda porque está en la hondura del ser. Es compasiva porque no es egoísta e insolidaria. No se aísla ni se aparta del sufrimiento ajeno. La alegría es fruto del Espíritu. Por eso, “estad siempre alegres en el Señor”. Siempre, siempre.

¿Qué heridas personales y comunitarias tendrías que sanar para que puedas experimentar la alegría de la Navidad en tu vida?

Haz memoria de las Navidades vividas ¿Ha habido, dentro de ti, la alegría que desborda, que contagia “a los que sufren y poder vendar así los corazones desgarrados?

¿Cómo piensas celebrar la alegría cristiana de la navidad?

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Adviento, tiempo de la Iglesia misionera y peregrina

La liturgia con su realismo y sus contenidos marca el camino espiritual que debe vivir la Iglesia: la espera, la esperanza, la oración por la salvación universal.

Preparándonos a la fiesta de Navidad, nosotros pensamos en los justos del Antiguo Testamento que han esperado la primera venida del Mesías (Natán, David, Isaías, Jeremías, Baruc... ). Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y recitamos sus oraciones. Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor el don de la salvación que nos ha traído.

El Adviento para nosotros es un tiempo real. Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del Antiguo Testamento y esperar el cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última venida.

En el realismo del Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen realismo a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad:

- La Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún al único Salvador.

- La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser "reserva de esperanza" para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica.

- En un mundo marcado por guerras y contrastes, las experiencias del pueblo de Israel y las esperas mesiánicas, las imágenes utópicas de la paz y de la concordia, se convierten reales en la historia de la Iglesia de hoy que posee la actual "profecía" del Mesías Libertador. 

- En la renovada conciencia de que Dios no decae en sus promesas -¡lo confirma la Navidad!- la Iglesia a través del Adviento renueva su misión escatológica para el mundo, ejercita su esperanza, proyecta a todos los hombres hacia un futuro mesiánico del cual la Navidad es primicia y confirmación preciosa.

A la luz del misterio de María, la Virgen del Adviento, la Iglesia vive en este tiempo litúrgico la experiencia de ser ahora "como una María histórica" que posee y da a los hombres la presencia y la gracia del Salvador.

La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene.

 

 

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